A eso de las diez

Cuando miro el reloj, aún en la oficina, a eso de las diez, me dan unas ganas tremendas de sacar los millones de guiones y diálogos que se han acumulado en mi cabeza, en un rincón cerca del oído izquierdo, que es el que peor capta el sonido de las palabras, los pasos y la música.

Si ese oído mío hubiese aprehendido todo en el sentido correcto, posiblemente las palabras que se han quedado atoradas en ese rincón serían otras. No serían guiones, sino telegramas, porque no habría mucho que escribir.

¡Condenado tímpano! Juega a ser cupido, escritor y conserje de mis pensamientos. ¿Tengo que ver yo con que el oído derecho se resista a ser su colega? Y de ahí, los mareos y el vértigo, y los males del corazón, también.

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