Cazadores

Hay cazadores de instantes perfectos. No hay muchos de esos, de los dos, ni cazadores ni instantes. La habilidad del cazador está supeditada a todo lo que no depende de él. ¿Y cómo puede ser un cazador? Lo es porque nace siéndolo. Para los no-cazadores esos instantes llenos de eternidad pasan desapercibidos. Los otros, los afortunados, son unos sabuesos. Cuando se encuentran frente a uno, porque no son parte de él, sus sentidos se embotan. Un repicar de campanas se sincroniza con el latir del corazón y anula el tacto y el oído, luego, hay un vacío interior, un vértigo que cimbra el ser y por un nanosegundo experimentan TODO. Vienen las lágrimas cuando acaba: se desvanece la epifanía. Los cazadores no pueden vivir en el letargo que les deja. Siguen su vida como los no-cazadores aunque, por deber, un día encienden un cigarro y vuelven al recuerdo hechizo de aquél momento. Así, sin saberlo, hacen de su vida un ritual de la espera.

Progreso 1

Enlisto realidades:

Recuerdo el sellar de labios que sacudía como la luna que temblaba en el agua, así, como en el capítulo 34.

Maldigo las sonrisas enmarcadas de comisuras tensas.

Brindo por las palabras hirientes/absurdas que hoy no tienen eco.

Encuaderno peticiones que ya incluyen los padresnuestros.

Lloro dardos que dieron en el blanco.

Escupo sobre tumbas de vivos murientes.

Relamo los bigotes que deja la espuma en mi playa privada.

Duermo segundos que soñaba con dormir.

Fastidio, por placer y entretenimiento, a los parásitos.

Digiero cocinas del mundo sin moverme de lugar.

Canto sin la vergüenza de destrozar las indicaciones del pentagrama.

Vivo sin sentirme como en un juicio oral.