AMIGO TIEMPO

El tiempo ha empedrado el camino de regreso. El tiempo y sus recetas, el tiempo y las calles, el tiempo y los rostros que vienen y van. El tiempo jugando al maestro que es. Y sí, todo es culpa del tiempo. Bendito seas, tiempo: porque ahora estoy más cerca de mí y lejos de lo que no era yo. Lejos de máscaras, lejos de mitos, lejos de gafas con aumento equivocado. Ahora juega conmigo, tiempo. Ten consideración y alarga la caminata que ahora emprendo, cuida de los andantes que sostienen mi mano, posterga las despedidas innecesarias y haz que lo que valga la pena perdure en ti.

REPRESA

Lo vi. Ese día se rompió la represa. Los recuerdos brotaron uno a uno, como esas gotas amorfas que se inventan figuras al traspasar los muros, en silencio, para luego producir un armónico glup al tocar el suelo.

El problema fue que no fueron dos sino cien o doscientos, en un segundo, como el golpe duro del hacha en la madera fresca. Inesperados.

Se vinieron abajo esas casas de campo esculpidas a mano.

Cualquiera habría pensado que tantos años de esfuerzo arrebatarían un gajo de compasión al tiempo, las termitas y a la historia. No fue así: metros y más metros cúbicos de historias,  llenas de furia y peso condensado no pararon, no debían, no querían, no sabían cómo no.

Ahí se borró todo: las esperanzas, los sueños, el hambre, la necesidad. Un cementerio natural. Así siguió el agua su cauce. Metros y metros de humedad y renovación. Debía ser así. Siempre se cruza el río con zapatos distintos.

Cazadores

Hay cazadores de instantes perfectos. No hay muchos de esos, de los dos, ni cazadores ni instantes. La habilidad del cazador está supeditada a todo lo que no depende de él. ¿Y cómo puede ser un cazador? Lo es porque nace siéndolo. Para los no-cazadores esos instantes llenos de eternidad pasan desapercibidos. Los otros, los afortunados, son unos sabuesos. Cuando se encuentran frente a uno, porque no son parte de él, sus sentidos se embotan. Un repicar de campanas se sincroniza con el latir del corazón y anula el tacto y el oído, luego, hay un vacío interior, un vértigo que cimbra el ser y por un nanosegundo experimentan TODO. Vienen las lágrimas cuando acaba: se desvanece la epifanía. Los cazadores no pueden vivir en el letargo que les deja. Siguen su vida como los no-cazadores aunque, por deber, un día encienden un cigarro y vuelven al recuerdo hechizo de aquél momento. Así, sin saberlo, hacen de su vida un ritual de la espera.

Progreso 1

Enlisto realidades:

Recuerdo el sellar de labios que sacudía como la luna que temblaba en el agua, así, como en el capítulo 34.

Maldigo las sonrisas enmarcadas de comisuras tensas.

Brindo por las palabras hirientes/absurdas que hoy no tienen eco.

Encuaderno peticiones que ya incluyen los padresnuestros.

Lloro dardos que dieron en el blanco.

Escupo sobre tumbas de vivos murientes.

Relamo los bigotes que deja la espuma en mi playa privada.

Duermo segundos que soñaba con dormir.

Fastidio, por placer y entretenimiento, a los parásitos.

Digiero cocinas del mundo sin moverme de lugar.

Canto sin la vergüenza de destrozar las indicaciones del pentagrama.

Vivo sin sentirme como en un juicio oral.

Piñatas

Han pasado meses. Ya no queda nada de aquello. No sé si eso es un alivio o treinta dolores de cabeza menos. Ahora solo quedan los horcruxes que meteré dentro de una piñata para terminar con la limpieza de la casa. Cuando lleguen las posadas me divertiré a lo lindo. He anticipado cien veces en mi mente lo que sentiré al golpear esa figurilla cargada de agua estancada (debe ser como cuando tiras ese calcetín que tanto te gusta, pero que de tantas remendadas ya parece plantilla ortopédica con ductos de aire acondicionado incluidos, y, entonces, ya no es un calcetín, es un desecho). Una vez que la vea destrozada en el piso, al recoger los pedazos, sentiré que cada uno es un trofeo: por resanar las paredes y barnizar los libreros que alguna vez fueron desayuno de las polillas.Y abriré la ventana. Para que todo siga secándose y entre aire nuevo, sin polen del que da alergia y asfixia el ambiente.

PECES

¿Puedes palpar la soledad? -me preguntó un niño de seis años. Su madre murió cuando tenía cinco. No supe qué contestarle. No sé a qué te refieres, le dije. ¿Has visto fotos del fondo del mar? A mí no me hacen gracia. No se ve nada. Así es como se siente la soledad. Es como cuando nadie te cobija por las noches. ¿Entiendes lo que digo? Abro los ojos y no está la mano de mamá, soy yo quien jala las cobijas y cuando veo alrededor, no veo nada. Siempre vienen a mi cabeza las fotos del fondo del mar. Mi papá es marino. Sabe mucho del agua salada. Dice que es fría. Así se siente la soledad: fría. No supe cómo continuar con la charla. Supongo que tienes razón, le dije carraspeando. Se puso de pie y no despegó la mano de los cristales del acuario mientras se alejaba caminando. Me pareció que acariciaba a su madre. Fría, oscura, rodeada de peces-pensamiento.

COMUNIDAD

Anhelo y deseo de esos días. Mágicos, en comunión. Éramos una comunidad. Una fotografía perfecta. Sonrisas, lazos, velos sin descubrir. Sentido de pertenencia. Rueda que giraba porque sí. Ondas de agua que se perpetuaban en los diálogos. Corazones palpitantes llenos de ingenuidad y soberbia. Palabras grandilocuentes. Pasados compartidos. Llagas vivas. Miedos atroces, pero en comunidad, ¡en comunidad! Prestos a cruzar la trabe que conducía al mundo, al monstruo seductor que terminaría con figuras preconcebidas. Al final, al cruzar el puente, la diáspora. No más comunidad, al menos, concéntrica. Y la rueda gira porque sí.