PECES

¿Puedes palpar la soledad? -me preguntó un niño de seis años. Su madre murió cuando tenía cinco. No supe qué contestarle. No sé a qué te refieres, le dije. ¿Has visto fotos del fondo del mar? A mí no me hacen gracia. No se ve nada. Así es como se siente la soledad. Es como cuando nadie te cobija por las noches. ¿Entiendes lo que digo? Abro los ojos y no está la mano de mamá, soy yo quien jala las cobijas y cuando veo alrededor, no veo nada. Siempre vienen a mi cabeza las fotos del fondo del mar. Mi papá es marino. Sabe mucho del agua salada. Dice que es fría. Así se siente la soledad: fría. No supe cómo continuar con la charla. Supongo que tienes razón, le dije carraspeando. Se puso de pie y no despegó la mano de los cristales del acuario mientras se alejaba caminando. Me pareció que acariciaba a su madre. Fría, oscura, rodeada de peces-pensamiento.

COMUNIDAD

Anhelo y deseo de esos días. Mágicos, en comunión. Éramos una comunidad. Una fotografía perfecta. Sonrisas, lazos, velos sin descubrir. Sentido de pertenencia. Rueda que giraba porque sí. Ondas de agua que se perpetuaban en los diálogos. Corazones palpitantes llenos de ingenuidad y soberbia. Palabras grandilocuentes. Pasados compartidos. Llagas vivas. Miedos atroces, pero en comunidad, ¡en comunidad! Prestos a cruzar la trabe que conducía al mundo, al monstruo seductor que terminaría con figuras preconcebidas. Al final, al cruzar el puente, la diáspora. No más comunidad, al menos, concéntrica. Y la rueda gira porque sí.

LABIOS TÍMIDOS

Labios tímidos. Llenos de carne tibia, casi adolescentes. Poco gastados. Nerviosos y dispuestos. ¡Qué nerviosos! Como cura para leproso. Gratuitos, genuinos. Como una lanza de empatía.

Y este recipiente tan lejano, tan ausente, casi fantasma. Superposición de experiencias, de tactos, de alientos. Espejos interiores que buscan reflejar y no encuentran el ángulo, no encuentran la luz. 

La puerta abierta donde nadie es bienvenido. Y de un momento a otro, cambio de frecuencia, no signal, Houston.

INVIERNO

Y sí. Un pestañeo y de nuevo, sí. Tres páginas atrás y sí. Colapso de años en segundos, sí. De pronto el tiempo tañe, y luego, el rocío de reflexiones marchitas. ¿Qué fue de aquél sí? Nadie responde.

Dijeron que el invierno se quedaría para siempre. Nadie se detuvo. Nadie buscó cobijas para sobrellevarlo. Todos confiaron en la flama débil, azul, cada vez más sin aliento.

No llegó el invierno. No hizo falta. Brotó lo que siempre estuvo ahí. Cadena oxidada, lastre en esencia, yugo interior.

Seis páginas adelante, ya no hay rastro. ¿Hablaron de eternidad? Jamás la conjuren. Jamás los perseguirá.

Primavera, no vuelvas. ¿Por qué te fuiste? Despojos dejas. Cruel.

Invierno, troca en agua el hielo y ven.

LA MURALLA

No diré que no me duele. Tampoco puedo decir que es un dolor que mata. Menos aún, que es constante. Es intermitente, como todo en su momento lo fue. 

Aridez, pasión y luego… nada. En eso se convertirá el TODO que algún día tuvimos. ¿Cuánto lo tuvimos?: el tiempo previo a que cerraras la puerta, a que simularas, a que tu voluntad fuera el volante. ¿Tuve que ver en eso? No. Elegiste no elegirme. ¿Tenía el poder de vetar esa decisión? No. ¿Que por qué te conferí ese poder?: porque quise jugar el papel del débil, del que comprende. ¿Que si me parecía racional? No, jamás. ¿Que si estaba ciega? Miope no es lo mismo que ciega. ¿Que qué tan buena fue mi actuación? Excelente. Tanto, que me asumí como tal. Me consagré. ¿Que si me arrepiento? No. ¿Que si guardo una esperanza? Ya no. ¿Que si te perdonaré? Sí. No hacerlo es llevarte en el bolsillo.



Qué fácil terminó todo. ¡Hasta nunca! -te dije. Y luego sepultaste el momento con una orden: ¡Olvídate de mí! Posiblemente el último beso en la frente fue el más sincero en años: desnudo de intenciones y el primer ladrillo de la muralla que jamás nos atrevimos a construir cuando era hora...