Piñatas

Han pasado meses. Ya no queda nada de aquello. No sé si eso es un alivio o treinta dolores de cabeza menos. Ahora solo quedan los horcruxes que meteré dentro de una piñata para terminar con la limpieza de la casa. Cuando lleguen las posadas me divertiré a lo lindo. He anticipado cien veces en mi mente lo que sentiré al golpear esa figurilla cargada de agua estancada (debe ser como cuando tiras ese calcetín que tanto te gusta, pero que de tantas remendadas ya parece plantilla ortopédica con ductos de aire acondicionado incluidos, y, entonces, ya no es un calcetín, es un desecho). Una vez que la vea destrozada en el piso, al recoger los pedazos, sentiré que cada uno es un trofeo: por resanar las paredes y barnizar los libreros que alguna vez fueron desayuno de las polillas.Y abriré la ventana. Para que todo siga secándose y entre aire nuevo, sin polen del que da alergia y asfixia el ambiente.

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