Cazadores

Hay cazadores de instantes perfectos. No hay muchos de esos, de los dos, ni cazadores ni instantes. La habilidad del cazador está supeditada a todo lo que no depende de él. ¿Y cómo puede ser un cazador? Lo es porque nace siéndolo. Para los no-cazadores esos instantes llenos de eternidad pasan desapercibidos. Los otros, los afortunados, son unos sabuesos. Cuando se encuentran frente a uno, porque no son parte de él, sus sentidos se embotan. Un repicar de campanas se sincroniza con el latir del corazón y anula el tacto y el oído, luego, hay un vacío interior, un vértigo que cimbra el ser y por un nanosegundo experimentan TODO. Vienen las lágrimas cuando acaba: se desvanece la epifanía. Los cazadores no pueden vivir en el letargo que les deja. Siguen su vida como los no-cazadores aunque, por deber, un día encienden un cigarro y vuelven al recuerdo hechizo de aquél momento. Así, sin saberlo, hacen de su vida un ritual de la espera.

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