REPRESA

Lo vi. Ese día se rompió la represa. Los recuerdos brotaron uno a uno, como esas gotas amorfas que se inventan figuras al traspasar los muros, en silencio, para luego producir un armónico glup al tocar el suelo.

El problema fue que no fueron dos sino cien o doscientos, en un segundo, como el golpe duro del hacha en la madera fresca. Inesperados.

Se vinieron abajo esas casas de campo esculpidas a mano.

Cualquiera habría pensado que tantos años de esfuerzo arrebatarían un gajo de compasión al tiempo, las termitas y a la historia. No fue así: metros y más metros cúbicos de historias,  llenas de furia y peso condensado no pararon, no debían, no querían, no sabían cómo no.

Ahí se borró todo: las esperanzas, los sueños, el hambre, la necesidad. Un cementerio natural. Así siguió el agua su cauce. Metros y metros de humedad y renovación. Debía ser así. Siempre se cruza el río con zapatos distintos.

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