LA MURALLA

No diré que no me duele. Tampoco puedo decir que es un dolor que mata. Menos aún, que es constante. Es intermitente, como todo en su momento lo fue. 

Aridez, pasión y luego… nada. En eso se convertirá el TODO que algún día tuvimos. ¿Cuánto lo tuvimos?: el tiempo previo a que cerraras la puerta, a que simularas, a que tu voluntad fuera el volante. ¿Tuve que ver en eso? No. Elegiste no elegirme. ¿Tenía el poder de vetar esa decisión? No. ¿Que por qué te conferí ese poder?: porque quise jugar el papel del débil, del que comprende. ¿Que si me parecía racional? No, jamás. ¿Que si estaba ciega? Miope no es lo mismo que ciega. ¿Que qué tan buena fue mi actuación? Excelente. Tanto, que me asumí como tal. Me consagré. ¿Que si me arrepiento? No. ¿Que si guardo una esperanza? Ya no. ¿Que si te perdonaré? Sí. No hacerlo es llevarte en el bolsillo.



Qué fácil terminó todo. ¡Hasta nunca! -te dije. Y luego sepultaste el momento con una orden: ¡Olvídate de mí! Posiblemente el último beso en la frente fue el más sincero en años: desnudo de intenciones y el primer ladrillo de la muralla que jamás nos atrevimos a construir cuando era hora...

1 comentario:

Catriela Soleri dijo...

Esas murallas que vamos levantando a lo largo de la vida, son parte del soporte que necesitamos, para no caer cuando el viento sople muy fuerte.