MAGDALENA

Magdalena jugaba con sus cabellos. Le gustaba imaginar que en ellos sostenía al mundo, que sus dedos eran quienes esparcían los aromas más extraños por las montañas, y sus danzas: esos minuciosos y delicados vaivenes dactilares, le devolvían la música a los oídos sordos.

Un día, después de muchos de no haber jugado con ellos, intentó que la Luna la obedeciera otra vez, le pidió que adornara la Tierra. Fue en balde. Ni siquiera contestó.

No comprendía a dónde habían ido sus hilos de dominación. Sólo recordaba una palabra que jamás había escuchado, la había visto en un letrero, a la entrada de la sala donde se encontraba: oncología. Sonaba a algo interesante, pero prefirió nunca preguntar qué era. En realidad no fue una decisión, era tan poca la energía que le quedaba para vivir, que olvidó que había olvidado preguntar.

Pasaron los meses, y Júpiter, volvió a jugar con la Tierra. La Luna, le perlaba la frente con sus polvos. Y sus cabellos rubios, sedosos, más frágiles pero contundentes, seguían siendo la extensión del titiritero: una Magdalena de 9 años de edad.

1 comentario:

zocadiz dijo...

Espero que Magdalena no se canse nunca de "titiretear" con los astros, aún cuando pierda el cabello.